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#CálamoRepost | Gays: ¿Nacen o se hacen?

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El típico cerebro gay

Está en la naturaleza del ser humano tratar de explicar aquello que no se entiende, a no ser que uno quiera ser presa de la ansiedad y el hueco que provoca la ignorancia de las cosas. Es un impulso bueno, diría yo, pues ha sido y será la base del desarrollo de nuestra especie, fundamentado en el avance científico y en el bienestar común. Preguntarse sobre el origen y las causas de las cosas, las razones y las consecuencias, ha ayudado a entender el mundo que nos rodea. Pero también, en ocasiones, al toparse con respuestas parciales o equivocadas, puede conducir a la discriminación, al odio y al rechazo. Suele pasar con las homosexualidades.

Son ya varios años desde que la homosexualidad dejó de entenderse como un trastorno psicológico o una enfermedad mental. Desde los gobiernos progresistas, o que quieren aparentar serlo, y desde los individuos con los mismos objetivos, emana un discurso de tolerancia y de respeto deseable a las preferencias, sexuales y amatorias, de las personas. Sólo en el discurso: ponerse a discutir, por ejemplo, si es constitucional o no que dos personas del mismo sexo se casen, como si pusiéramos en duda el derecho que tiene cualquier persona a establecer este vínculo civil, definitivamente está fuera de lugar. Estas reacciones de aparente pluralidad y aceptación cuando en el fondo hay rechazo y discriminación, se debe, según yo, a que no hay un consenso social sobre lo que pasa con la homosexualidad: ¿es natural, como dijera Esteban Arce? ¿Es una desviación? ¿Es un gen? ¿Se puede dejar de ser homosexual? Y la más importante: ¿la gente nace homosexual, o se vuelve homosexual? Ahí radica el meollo del asunto.

Los investigadores, naturalistas y socialistas, no han encontrado una respuesta definitiva para esto. Quienes afirman, por ejemplo, que hay partes del cerebro que se encienden y que son compartidas por mujeres y por hombres homosexuales; o que han logrado desarrollar deseos homosexuales en ratones de laboratorio mediante la manipulación química; o que estudian la producción de hormonas “femeninas” o “masculinas” a partir de la estructura del cerebro; quienes intentan explicar la homosexualidad bajo esta perspectiva, se quedan muy cortos en el tema de la transexualidad, o de la bisexualidad, o incluso de la heterosexualidad, que ni siquiera se cuestiona. ¿Por qué en lugar de preguntarse si es natural ser homosexual, no se preguntan si es natural ser heterosexual o si es nada más un requisito biológico de supervivencia de la especie? Y si a esas vamos, ¿realmente la especie humana merece tal supervivencia, después del daño que le ha hecho al planeta que habita?

Hablar de “cerebros homosexuales”, de genes o de hormonas, es olvidar que el ser humano es, además de un ser natural, un ser social y cultural. Nuestro crecimiento se basa no sólo en un desarrollo físico, “natural”, sino además en procesos de socialización y educación transmitida por las instituciones sociales que hemos creado para convivir: la familia, el Estado, la iglesia, la escuela. El punto aquí es que, a partir de las diferencias anatómicas de cuerpos de machos y hembras, de la presencia de testículos u ovarios, de pene o vagina, hemos construido toda una serie de conceptos que giran en torno a estas diferencias, y que no sólo sirven para categorizar: sirven también para jerarquizar. Estamos limitados por dos mundos en los cuales estamos obligados a vivir: uno, público, cultural, apreciado, mejor, el masculino; otro, privado, natural, oculto, peor, el femenino. Aquellos que transgreden estas barreras, por ser un peligro para la dicotomía social, son excluidos, se vuelven invisibles en el mejor de los casos, incluso perseguidos.

La cuestión es que ni los hombres nacen siendo “hombres”, ni las mujeres nacen siendo “mujeres”. La cultura ha calificado ciertas actividades y actitudes como masculinas o femeninas, sin que esto tenga nada que ver con lo que es o no natural. El avance científico y tecnológico ha despojado a las mujeres de la última barrera que les impedía estar en igualdad de condiciones con los hombres: la capacidad de reproducción. Ahora ellas pueden decidir si quieren embarazarse, cuántos hijos tener, dónde, cómo y con quién. Las técnicas de reproducción asistida hacen que la relaciones hombre-mujer dejen de ser necesarias para la continuidad de la especie. Y no hay que escandalizarse: hay muchas cosas en este mundo que no se dan por sí mismas, espontáneamente, en la naturaleza. Internet, por ejemplo, los zapatos, el vestido, los alimentos enlatados, son cosas no naturales por las cuales no nos espantamos, ¿por qué habríamos de hacerlo por la reproducción in vitro o por la clonación?

Ser gay, entonces, debe entenderse como un acto de construcción social y cultural, exactamente igual a ser varón o ser mujer, o ser bisexual o ser transgénero; que en definitiva incluye elementos biológicos y hormonales, pero que no son determinantes. Quizá cuando la sociedad crezca y madure, ya no tengamos que hablar en términos de ser heterosexual u homosexual, o masculino o femenino, y hayamos superado esas dicotomías que limitan nuestras formas de relacionarnos con la gente, afectiva y sexualmente, pero también de todas las formas posibles, cuando calificamos al afeminado, al que se viste de mujer, al barbón y bigotón, al anciano, al niño, al punk, al fresa, al pobre, al electricista, como mejor o peor persona que nosotros. Quizá entonces, muchos de los problemas de este mundo sean parte de la historia, como ahora vemos a la Edad Media. Probablemente no estemos ahí para verlo, pero es lindo pensar que algún día este mismo mundo será así.

[Imagen: “Cerebro homosexual – gay brain” de ¡¡¡!!!]


Archivado en: Diversitas Tagged: #CálamoRepost, Cerebros, Gay, género, Homosexual, Sociedad

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